CAPITULO I


SANTA CRUZ, UN DESIERTO DE VIENTO

Recorrer Santa Cruz en bicicleta significó re-descubrir nuestra provincia. La gente, los paisajes y el viento ya eran conocidos para nosotros por haber vivido casi 20 años en Río Gallegos, sin embargo recorrerla en esta oportunidad fue algo completamente distinto. Los paisajes más típicos se volvieron nuevos; el viento que nos acompañó durante toda la infancia sin avisar, ahora se volvió más poderoso; la naturaleza en su conjunto parecía haberse hecho mucho más agresiva, claro...por primera vez estábamos conviviendo de forma tan estrecha con ella. Una cosa es jugar hasta tarde en la puerta de casa con frío y viento cuando te espera una ducha caliente y un plato con las mejores milanesas de mamá, y otra cosa muy distinta es estar días enteros al aire libre pedaleando y acampando a la intemperie. Tan diferente percibimos el entorno que de a ratos sonaba ilógico pensar que estábamos tan cerca de casa. Sobrellevar la hostilidad patagónica no resultó fácil, pero creemos que fue posible gracias a la calidez humana de la gente que sin duda equilibró la balanza. Nunca nos imaginamos que íbamos a conocer a tantas personas en nuestras dos primeras semanas de viaje, gente que nos llenó de alegría y entusiasmo y que fueron claves para aprender a convivir con la cruda naturaleza del Sur de nuestro país. 




EL CHALTÉN – TRES LAGOS



Finalmente nos largamos a la ruta… El 4 de Enero salimos a pedalear. Nos fuimos de El Chaltén por la ruta nº 23, con el cerro despidiéndonos a nuestras espaldas, pero que a través del espejito de la bici, podíamos verlo claramente. Esa vez, el Chaltén transmitía furia, a tal punto que nos intimidaba de sólo mirarlo. Tal vez era el propio miedo que teníamos adentro desde hacía meses, y que ese día empezábamos a dejarlo salir. 







Una mañana tranquila, ocho alforjas repletas de todas aquellas cosas que quedaron seleccionadas como imprescindibles para la subsistencia, dos bolsos cargados con unos cuantos kilos de comida, diez litros de agua, y dos viajeros inexpertos y fuertemente conmovidos por las últimas despedidas, describen la escena de los primeros kilómetros de pedaleo. Sin embargo, todavía no había aparecido en acción el personaje principal del capítulo santacruceño, y que muy pronto pasaría a ser quien definiría las reglas y los tiempos del viaje. 

Ni una hora había pasado cuando de repente empezamos a sentir que su sonido y su fuerza se hacían presentes. El VIENTO se había despertado, para quedarse con nosotros por mucho tiempo más. Lo teníamos principalmente a favor, pero venían ráfagas de costado que eran tan potentes que la fuerza de los brazos a veces no podía mantener la bicicleta en su posición y obligaba a correrse al centro de la ruta y a pedalear inclinados, rogando que no se crucen un auto y una ráfaga en el mismo momento. El ruido era tal que no se escuchaba la música de los auriculares. El temor, la sorpresa, la adrenalina y la sensación de no saber si estábamos preparados para semejante hazaña nos hizo parar, abrazarnos y también llorar… 

Comimos algo debajo de un puente, juntamos coraje, y volvimos a la ruta un poco más confiados. El viento seguía de cola y nuestra velocidad promedio alcanzaba los 35 Km/h, las subidas las hacíamos prácticamente sin esfuerzo y de a ratos parecía que íbamos viajando en moto. Tal es así, que a las 11 de la mañana pasamos por la estancia donde, de acuerdo a nuestros cálculos antes de salir, teníamos pensado pasar la noche. Así que decidimos seguir un poco más y llegamos la estación de servicio a las afueras de 3 Lagos a eso de las 15 hs. 


TOTAL PEDALEADO: 125 KM – DIAS DE VIAJE: 1 - HORAS NETAS DE PEDALEO: 3.5 – PINCHAZOS: 1


TRES LAGOS 

A pesar de que era temprano y el viento terminó siendo un aliado ese día, realmente estábamos muy cansados después de nuestro primer día como ciclistas. Así que decidimos que la estación de servicio era un buen lugar para pasar la noche. 

Pedimos permiso para poder armar la carpa en algún lugar reparado, y así conocimos a Laura y Victor, unos primos mendocinos que habían llegado a la Patagonia hacía solo tres meses para hacerse cargo de la estación. Estuvimos tomando mate con ellos, jugamos a los dados esa tarde, y entre charlas nos reafirmaron de que el viento en esa zona prácticamente NO PARA. El problema era que a partir de ese momento empezábamos a tenerlo en contra, y también empezaba el tramo de ripio de la ruta 40 hasta llegar a Gobernador Gregores. 

Al día siguiente nos pusimos el despertador, pero apenas sonó y medio dormidos nos dijimos… QUE NECESIDAD DE SALIR YA! QUEDÉMONOS UN DÍA MÁS A VER SI CALMA EL VIENTO… todo el mundo de acuerdo, listo chau a seguir durmiendo. Creo que en ese instante empezamos a saborear la libertad que uno tiene al disponer de tiempo…

Cuando nos levantamos, con un poco de teatro les pedimos a los mendocinos que nos dejen quedarnos una noche más, y fuimos a conocer Tres Lagos que quedaba a 2 Km, viento en contra y ripio malo. Sin exagerar, tardamos 30 minutos en llegar al pueblo con las bicicletas sin equipaje, y con una ráfaga que tiró a Ceci de la bici. Si las condiciones seguían así, resolvimos que era simplemente imposible llegar en bicicleta Gregores… Haciendo un cálculo rápido, si el ritmo de pedaleo era de 4 km/h, entonces podíamos llegar a tardar unos 6 días en alcanzar el asfalto, sin absolutamente nada en el medio y realmente desgastando las bicicletas y nuestras psiquis. Acto seguido… apareció la siguiente interrogante…COMO SALIMOS DE TRES LAGOS?

Tres Lagos es una Comisión de Fomento, donde viven aproximadamente 300 personas, y que en Enero están de vacaciones porque la mayoría son empleados estatales. En nuestra recorrida por el pueblo, sólo encontramos a un señor que cuidaba un camping(que estaba cerrado), y un policía que nos prestó el único teléfono que había en la zona. Por supuesto que no había colectivos que nos pudieran llevar a Gregores. Así que a partir de ese momento nos pusimos en campaña para hacer dedo hasta que alguna camioneta nos levante. Volvimos a la estación de servicio, que sin dudas tenía más movimiento que el pueblo, y esperamos a que la suerte se ponga de nuestro lado. Esperamos todo ese día pero recién dimos con una camioneta al día siguiente. Sin embargo la espera no estuvo nada mal porque no eramos los únicos varados por el viento, había motoqueros y mochileros que viajaban a dedo que también tuvieron que pedir refugio en la estación. Cuando nos quisimos acordar, el patio se había convertido en un verdadero camping con cinco carpas armadas.

Finalmente llegamos a Gobernador Gregores en una camioneta de un paisano de la zona acompañado por su hijo. Fuimos todo el viaje mirando el camino de ripio suelto y piedras grandes, y reconfirmando que habíamos tomado la decisión correcta.



GOBERNADOR GREGORES 

Por algún motivo teníamos la esperanza de que en Gregores el viento calmara un poco. Pero no fue así, seguía soplando. Nos consolamos con que por primera vez desde que salimos de El Chaltén estábamos viendo unos cuantos árboles verdes, que complementaban el crudo paisaje de la meseta que nos acompañó en los días anteriores. Nos metimos en el centro de informes para preguntar dónde podíamos dormir. Muy amablemente nos dijeron que teníamos dos opciones, una era el hostel y la otra el camping municipal gratuito. Obviamente optamos por acampar.


El camping era chiquito, no había cuidador y estaba completamente vacío. Mientras armábamos la carpa dos autos con vidrios polarizados que no nos permitían mirar hacia adentro, se frenaron en la entrada aparentemente a observar que hacíamos. Nuestra desconfianza nos hizo sentir que no íbamos a estar tranquilos dejando todas nuestras cosas ahí, recién empezaba el viaje, no era cuestión de terminarlo en Gregores! Así que siguiendo la recomendación de varios ciclistas experimentados como Banana, fuimos a golpear la puerta de los bomberos. No tuvieron problema en dejarnos pasar la noche con ellos, nos ofrecieron que saquemos la carpa del camping y la armemos en su "quincho", un terrenito detrás del cuartel lleno de cosas viejas, pero dónde parece que se comen muy buenos asados.




Una vez instalados, los dos bomberos de guardia nos invitaron a usar la cocina y darnos una ducha de agua caliente, lo cual nos vino excelente. Ahí nos confesaron que habían sido ellos los que iban en el auto polarizado, y que como era tan raro recibir gente de afuera querían saber si necesitabamos algo... pero que como teníamos pinta de gringos, no se animaron a preguntarnos. Con eso nos dimos cuenta que veníamos cargados con una paranoia un poco exagerada para la zona.

Antes de cocinar fuimos a dar unas vueltas por el pueblo en busca de algún cyber para ver en el pronóstico como venía la mano con el viento para los próximos días (muy recomendable chequear en esta página: www.windguru.com). Efectivamente el viento iba a seguir por tres días más, se anunciaban ráfagas de más de 100 km y bien perfilado de frente...todas las condiciones necesarias para no salir a pedalear al otro día.

Frente al cyber encontramos una bicicletería, que no sabemos bien porqué, pero nos invitó a entrar. Así conocimos a Mario (ex cicloturista), un personaje único, que nos recibió con los brazos abiertos y feliz de poder charlar con cicloviajeros. Después de hablar un rato quedamos en pasar a tomar unos mates al día siguiente. Nos fuimos del local con una sonrisa en la cara... con pocas palabras Mario nos había dado una cuota de optimismo enorme. De a poco comenzábamos a entender la dinámica de este particular viaje...una de cal y otra de arena. A veces el tiempo no permite pedalear y hay que esperar a que mejore para salir nuevamente, y eso puede demorar varios días, por lo tanto implica tener paciencia e inventar actividades en los lugares dónde toca esperar, pero gracias a esas esperas si uno esta bien predispuesto pueden surgir planes y momentos inolvidables. 


Amanecimos bien descansados y contentos, desayunamos muy tranquilos escuchando folclore al lado de la carpa. Más tarde fuimos a presentarnos ante la nueva guardia de bomberos que acababa de entrar y a preguntar si nos podíamos quedar una noche más. A cambio les propusimos cocinar algo a la noche y obviamente no se negaron a la tentadora propuesta. 

Tal como habíamos quedado el día anterior, por la tarde pasamos a visitar a nuestro amigo Mario. No sólo tuvimos una clase de cómo regular los rayos de la bicicleta, además empezamos a conocer a una gran persona. Pasamos un buen rato contando historias y escuchando las suyas de cuando había hecho sus viajes como cicloturista. 


A la noche nos adueñamos de la cocina del cuartel y deleitamos a los dos bomberos con un guiso de lentejas. Fue una cena de lo más interesante, nos contaron como era su trabajo y un montón de historias de rescates con lujo de detalles. Eran como Batman y Robin AO VIVO!. Realmente se los notaba amantes de su profesión y de a ratos lograron hacernos meter en el traje de un bombero. De verdad que fue muy lindo escuchar su apreciación acerca de las bondades y problemáticas sociales de la zona. 


En nuestro tercer día en Gregores aprovechamos a dejar a punto las bicis para comenzar de nuevo a pedalear, según el WindGurú el viento bajaría esa misma noche y se mantendría calmo al menos por un par de días. Por la tarde y ya con las bicis listas fuimos a despedir a nuestro amigo el bicicletero, nos regaló un espejito que todavía la acompaña a Ceci, y terminamos de programar nuestros próximos días de pedaleo. Mario conoce bien la zona así que nos marcó en el mapa las pocas estancias y puntos estratégicos que teníamos entre Gregores y Bajo Caracoles (nuestro próximo destino). Después de una buena ducha nos fuimos a dormir pensando en que estábamos contentos por salir a pedalear de nuevo pero que nos esperaban algunos días duros. Estábamos ansiosos y todavía se notaba que nuestros sentimientos estaban alborotados por tanto cambio.


GREGORES - BAJO CARACOLES

Nos despertamos emocionados de que al fin íbamos a salir a la ruta de nuevo. Con frío, desayunamos una buena porción de avena calentita, nos despedimos de la tercera guardia de bomberos y salimos. Nuestro próximo destino quedaba a unos 230 km, todo asfalto, pero sin noción de cuanto tardaríamos en llegar.

El viento ya se sentía de frente, pero bastante más calmo que los días anteriores así que nadie se podía quejar. Sin embargo, el pedaleo se volvía difícil y ponía a prueba nuestras piernas, pero sobre todo nuestra paciencia. Pedaleando a una velocidad promedio de 8 km/h, con una recta eterna que se pierde en el horizonte, y una pequeña pendiente constante hacia arriba se puede decir que la cabeza es el peor enemigo. Uno puede tener la mejor bicicleta y haber entrenado durante años, pero si no hay control mental, difícilmente pueda seguir viajando durante mucho tiempo. Para ejemplificar esto, en los primeros 10 km saliendo de Gregores, conté un total de 7428 rayas blancas del asfalto que separan el carril, hasta que me di cuenta que me estaba volviendo loca y paré de contar y me obligué a pensar en otra cosa.

Y así seguimos pedaleando y pedaleando a lo largo del día, despacito avanzamos cada vez más, conforme avanzaban las horas del día. De vez en cuando pasaban guanacos, o cruzábamos una liebre que había sido atropellada... Es bastante feo verle la cara a esos pobres animalitos de cerca.

El viento no daba tregua y se sentía el cansancio, hasta que por suerte encontramos el lugar donde dormiríamos esa noche. Al costado de la ruta, a 62 Km de Gregores, hay una carreta vieja que señala la entrada a la estancia La Lucha. Nuestro amigo Mario ya nos había hablado de este lugar. Bajamos hasta el casco a pedir permiso para armar la carpa, pero no había nadie. Por ese motivo, decidimos quedarnos igual jeje. Desensillamos, armamos la carpa,elongamos, meditamos, tomamos mate, un diclofenac cada uno y a dormir como dos angelitos. Debo confesar antes de que me olvide, que lo de contar las rayas era un chiste... pero sí es cierto que tardamos 3 segundos en atravesar cada una de punta a punta.




El siguiente día de pedaleo fue mas o menos similar al anterior. Seguimos pedaleando sobre la misma recta interminable, con el viento más fuerte y en la misma dirección... bien en contra. Teníamos pensado esa noche dormir en un puesto de vialidad que quedaba a unos 50-60 km de donde salimos. En el camino encontramos a unos camioneros que paraban a almorzar al costado de la ruta. Les fuimos a preguntar sobre las distancias, pero creo que nos vieron con cara de cansados con hambre, y todos nos regalaron las viandas que estaban comiendo... en dos minutos nos armaron un banquete de bifes de chorizo, papas fritas y una bolsa con pan. Panza llena, corazón contento, y el pedaleo... mucho mas lento. Así fue que no llegamos a vialidad ese día, si no a una estancia a unos 15 km antes que tenía la tranquera abierta invitándonos a pasar.

En La Silvina nos recibieron con una habitación para nosotros, ducha caliente y dos formoseños que nos hicieron reir mucho y nos trataron como en casa. Nos sentimos tan cómodos con ellos que nos terminamos quedando dos noches ahí. Los chicos Alejandro (22) y Damián (25) Barrios son dos hermanos que hace un año se vinieron a trabajar a la estancia y están trabajando para dentro de algún tiempo volver a su querida Formosa con algún negocio propio, o una casa. Con su objetivo claro, llevan el día a día en la estancia con una alegría y enorme generosidad que contagia e inspira.

Al mismo tiempo, en este lugar se está desarrollando un proyecto de recuperación del Macá Tobiano, un pájaro autóctono y exclusivo de la zona que se encuentra en peligro de extinción. Increíblemente se ha montado una especie de laboratorio con incubadoras y hay un grupo de profesionales de Temaiken que se queda toda la temporada a esperar que aparezcan los primeros huevos, que después los incuban en el laboratorio, y una vez que nacen los pichones, los reintroducen en su hábitat natural. Cuando vimos eso, me hizo acordar a la serie Lost y el proyecto Dharma.

Las dos noches comimos todos juntos. Se podrán imaginar que las charlas eran de lo más variadas y muy divertidas, sobre todo cuando los formoseños amenazaban a las biólogas de que si se portaban mal les iban a robar los huevos de los "patitos" y los iban a convertir en tortilla.



Fue difícil irnos de la estancia. Nos hubiéramos quedado unos días mas, pero teníamos que aprovechar que el viento estaba tranquilito ese día. Así que desayunamos, nos despedimos de los chicos, que antes de irnos nos proveyeron de un montón de comida, y a pedalear.

Ese día estuvimos muy contentos, como medio eufóricos por todas las cosas buenas que nos iban pasando. Salimos llenos de energía de la estancia, el sol brillaba, algo de viento, pero no importaba. Llegamos al puesto de vialidad "El Fabi" a los 15 Km. Paramos a descansar un ratito y a lo lejos, con la vista de águila afinada para detectar frutos rojos, encontramos un montón de arbustos de corintos y grosellas esperando para ser comidos. Era el mismísimo paraíso... yo (ceci) siempre dije que me gustaría morir abajo de una planta de frutos rojos comiendo hasta explotar... y ahí estaba... todo eso para nosotros. Comimos comimos comimos y mientras tanto nos pusimos a charlar con la familia que cuidaba el puesto de vialidad. Llegaba la hora de almorzar, y nos invitaron a comer con ellos. Muy agradecidos aceptamos, y comimos sanguchitos de capón,papas con mayonesa casera, y el manjar del día que para ellos era el PICHE patagónico o también conocido como MULITA. Mi apreciación personal sobre este animalito es que creo que no lo volvería a comer, pero estuvo bueno conocer que gusto tiene. Después de comer jugamos al metegol con los chiquitos de la familia, nos despedimos, sacamos una foto grupal y seguimos viaje con aún más energía positiva.






A los pocos kilómetros de haber salido, apareció un auto que se frenó en la banquina. Se bajaron dos señores... Era nuestro amigo Mario de Gregores! Estaba viajando con un amigo y su nieto para Lago Posadas. Que alegría de verlo! le contamos nuestras aventuras de los últimos días, y nos dijo.. "tengo algo para ustedes, yo sabía que los iba a cruzar". Abrió el baúl de su auto y TA TAAAN! había un montón, pero un montón enserio, de comida. Mario había ido a La Anónima pensando en que nos podía alcanzar en el camino y había comprado de todo. Nos dijo "agarren todo lo que puedan, es todo para ustedes". No lo podíamos creer, no sabíamos que hacer! por qué tanta generosidad?! Entonces agarramos nuestros bolsos de comida y empezamos a cargar: bananas, peras, atún, capelletinis, sopas, café, jugos, galletitas, paté, y un montón de cosas mas que ya no me acuerdo bien. Que bárbaro, no se puede creer que haya gente tan linda... Estoy segura de que si todos fuéramos así un poquito más seguido, en el mundo se viviría mejor.

Seguimos pedaleando con una alegría difícil de explicar. Avanzamos los últimos kilómetros que faltaban de la recta interminable que veníamos recorriendo los últimos 3 días de pedaleo y llegamos a La Horqueta. El lugar no nos gustó para quedarnos a dormir, así que le hicimos caso a Mario que nos había recomendado seguir hasta una estancia en donde recibían ciclistas seguido. El lugar se llamaba "El Delfín", y quedaba a unos 40 km más, pero a partir de donde estábamos, la ruta hacía una giro completo y empezaríamos a tener el viento a favor.

Recorrimos sin dificultad los 40 km que faltaban y llegamos a la entrada del Delfín. La tranquera estaba cerrada, y muy a lo lejos se veía el casco. Estábamos cansados, así que optamos por pasar las bicis por arriba del alambrado, pedalear hasta el casco y pedir permiso para quedarnos. En caso de que no hubiera nadie y después aparecieran los dueños, teníamos pensado decir que Mario nos había dicho que vayamos ahí (perdón Mario). Pero para nuestra sorpresa, cuando llegamos al casco, nos encontramos con una estancia totalmente abandonada. Había unas cinco casas con las puertas y vidrios rotos, parecía la escenografía de una película de miedo. Por suerte todavía era de día entonces era más fácil controlar la imaginación. Por supuesto que ni se nos ocurrió entrar a las casas a ver si había gente. Ninguno de los dos se caracteriza por su valentía y si el casco hubiera quedado un poco más cerca de la ruta seguramente hubiésemos optado por salir de ahí inmediatamente. Estabamos cansados, así que nos alejamos un poco de la temible escena y armamos la carpa rápido para acostarnos antes de que se haga de noche. Comimos algo de toda la comida que nos habían regalado ese día y nos acostamos con un poco de luz todavía. Al ratito se empezó a sentir que el viento se estaba levantando, la carpa se sacudía para los costados, los ruidos que se escuchaban afuera de la carpa eran de todo tipo, de a poco la oscuridad se hacía presente y nuestras cabecitas que no paraban de pensar. Yo me tuve que poner los auriculares para tratar de sacarme de la mente las imágenes que se me aparecían... la nena en la hamaca, el hombre colgado, las risas, sumado a las oleadas de tierra que entraban a la carpa con cada ráfaga de viento que por un momento creí que nos estaban enterrando vivos. Esa noche claramente no dormimos nada, y fue la primera vez que madrugamos sin chistar. Nos levantamos, armamos las cosas y salimos como un torpedo a la ruta de nuevo. En ese mismo momento decidí que el día que tenga hijos, les voy a sugerir que no vean películas de terror para que cuando sean grandes sean mas valientes.




Era muy temprano, pero la tormenta de viento era indiscutible. Ráfagas de costado y de frente que nos tiraban a la banquina cada dos por tres. Mal dormidos y llenos de tierra confirmábamos que viajar en bici es como una montaña rusa de emociones. Ayer teníamos todo el optimismo que una persona puede tener, y hoy la estábamos pasando bastante mal. Nos faltaban solo 60 Km para llegar a Bajo Caracoles, pero en esas condiciones podíamos tardar unos cuantos días mas.

A la cuarta o quinta vez que el viento me tiró a la banquina en media hora, decidimos parar a hacer terapia. Al costado de la ruta están haciendo las conexiones de fibra óptica, y cada un kilómetro hay unos pozos que son excelentes refugios del viento. Así que nos metimos en un pozo a relajarnos, dormir un poco, y juntar fuerza. Ese día pudimos avanzar solamente 20 Km. Esa tarde encontramos un lugar perfecto para pasar la noche sin necesidad de armar la carpa (que de por si era imposible por el viento que había). Encontramos una alcantarilla que entraban justo las dos bolsas de dormir. Así que ahí nos metimos en nuestra madriguera. Para conseguir agua descubrimos que frenar a los autos funciona muy bien. En un ratito juntamos como seis litros de agua. Habiendo resuelto ese tema, con agua y comida asegurada, podíamos esperar tranquilos hasta que pare el temporal.



Esa noche dormimos de lo más bien pero nos propusimos salir bien temprano para aprovechar las horas mas calmas para avanzar. Así fue que a las cinco de la mañana nos levantamos, desayunamos unas galletitas para ganar tiempo, y salimos. Lamentablemente cuando hay temporal, el viento sopla a toda hora. Tal es así que a los diez kilómetros estábamos otra vez tirados en otra alcantarilla, en donde pasamos todo el día y la noche siguiente. Realmente era peligroso pedalear en esas condiciones. Veíamos las motos que pasaban inclinadas en 45 grados, las nubes de tierra que iban y venían. Así que tranquilitos inventamos juegos, leímos, escribimos... había que ingeniárselas para pasar el tiempo. En eso apareció un ciclista australiano que venia pedaleando desde Colombia. John nos contó un poco de sus experiencias por Sudamérica, nos regaló un mapa de la Carretera Austral y nos advirtió que en su paso por Chile había tenido un solo día sin lluvia, que había gastado mucha más plata que en el resto de los países y que algunos tramos de la ruta estaban bastante malos.

Al día siguiente la mañana estaba espléndida. Volvía la fase optimista y nos convencimos que ese día si o si íbamos a llegar a Bajo Caracoles. Así que pedaleamos con ese objetivo. Paramos a cargar agua en un campamento de la empresa constructora DECAVIAL, que había estado durante siete años trabajando en el asfalto de la ruta 40 y finalmente habían terminado hacía un mes. En el campamento sólo quedaba el Sr. García y algunos perros. Nos quedamos un rato tomando unos mates y haciéndole compañía a este amable señor que nos contó un poco de su historia. García nos invitó a comer con él, pero tuvimos que desistir porque teníamos que cumplir nuestro objetivo. Seguimos viaje, y almorzamos en otro pozo de fibra óptica. En el camino cruzamos un auto que estaba al costado de la ruta que parecía haber tenido un accidente hacía unas pocas horas. Por suerte no había nadie adentro pero no queríamos saber cómo terminó la historia de las personas que viajaban en ese auto, porque estaba completamente destruido.



Después de unas horas de pedaleo, finalmente llegamos a Bajo Caracoles. Que felicidad de haber cumplido el objetivo!

TOTAL PEDALEADO: 230 KM – DIAS DE VIAJE:7 - HORAS NETAS DE PEDALEO: 21 APROX. – PINCHAZOS: 0


Si bien Bajo Caracoles no pareciera ser más que un simple poblado de paso en la ruta, no es fácil la tarea de describirlo.  A primera vista lo que se puede observar es una docena de viviendas, una comisaría (cerrada en horario de siesta), y un hotel que a su vez hace de proveduría, bar, estación de servicio y reuniones sociales. Ni bien llegamos, allí fue a dónde nos dirigimos, y apelando a la sinceridad, no fuimos recibidos con una sonrisa. Pero la alegría que sentíamos por haber llegado nos ayudó a acodarnos en la barra y sacarle conversación al señor que atendía en el mostrador. Averiguamos que el camping estaba cerrado y que la comisaría abría nuevamente después de las 5 de la tarde (el dato era importante porque parecía ser el mejor lugar para acampar).

Hicimos tiempo tomando mates en la barra del bar y nos entretuvimos con los turistas que entraban constantemente y que al ver nuestras bicicletas cargadas no tardaban en sacarnos conversación. Cerca de las 8 de la noche apareció la camioneta de la comisaría, remolcando al auto que horas atrás habíamos visto volcado en la ruta. El accidente había sido el día anterior, el único conductor aparentemente sería un tipo con mucha suerte, que después de dar 11 vueltas con su auto terminó en el hospital con heridas menores.

Después de presentarnos, el poli nos ofreció un lindo refugio para acampar. Nos fuimos a dormir con la idea de salir para Perito Moreno temprano a la mañana siguiente. Lo de temprano es un decir, porque nos despertamos con bastante fiaca y hasta las 11 hs no terminamos de cargar las  alforjas en la bici. Pasamos a saludar al policía (Marcelo), y cuándo nos  vio sobre las bicis nos pregunto muy seriamente: -Están seguros de salir??, miren que está anunciado tormenta de viento por los próximos 5 días, con ráfagas de más de 120 km!-. Automáticamente se desmoronó todo nuestro entusiasmo. OTRA VEZ NUESTRO INSEPARABLE COMPAÑERO EL VIENTO!!
Al ver nuestras caras de desazón, Marcelo nos invitó a pasar a la comisaría a tomar unos mates y decidir tranquilos que hacer. Pasaban los minutos y el viento comenzaba a soplar. El sonido es inconfundible, se siente como el aire golpea con fuerza las chapas de los techos, y los árboles que hasta hace minutos atrás estaban calmos de repente comienzan a hacer sonar sus ramas que chocan entre sí. En ese momento decidimos que lo mejor era saber interpretar las señales, estábamos cansados por los días anteriores y el viento no invitaba a salir. Así que decidimos que lo mejor era esperar hasta que calme. Mientras tanto podíamos aprovechar a conocer la Cueva de las Manos o el Lago Posadas que quedaban muy cerca de allí. Marcelo apoyó con entusiasmo nuestra decisión, y así fue como comenzamos una larga charla que terminó transformándose en una consulta entre el paciente (Marce) y la nutricionista (Ceci). Finalmente nos ofreció ir a almorzar a su casa, donde lo esperaba su mujer embarazada de 5 meses. Comimos unos bifes al disco, mientras nos contaba pormenores de los mecanismos de funcionamiento de la institución policial (cuestión que voy a dejar al margen porque mis críticas ocuparían un capítulo entero). Después de una extensa sobremesa, decidimos dejar las bicicletas y alforjas en la casa de Marcelo, agarrar una mochilita con una muda de ropa y caminar hasta la estación de servicio para ver si algún alma caritativa  se ofrecía a llevarnos hasta Lago Posadas.



No exagero si digo que el alma caritativa demoró apenas unos segundos en aparecer. En el momento en que llegamos a la estación, se estaba yendo una camioneta que acababa de cargar combustible. Evidentemente el destino nos quiso cruzar en aquel lugar con Mario el conductor del vehículo, no el mismo Mario de la bicicletería, este era un hombre de Puerto Madryn fanático de la pesca que estaba recorriendo la Ruta 40 en su camioneta. Le hicimos señas con las manos y cómo viajaba sólo no tuvo ningún inconveniente en llevarnos a Lago Posadas, él también iba para ese lugar con ánimos de encontrar un buen sitio para pescar. Resultó ser un viaje de un par de horas muy entretenidas. El pueblo es muy pintoresco y el paisaje se volvió completamente diferente, se nota que el pueblo está creciendo y promete algún día ser una interesante villa turística. En el centro de informes nos recomendaron un camping a unos kilómetros del lugar. Hacia allí nos dirigimos y tal como nos habían indicado el lugar era hermoso. Mario alquilo una cabaña y nosotros tiramos la carpa a unos metros del lago. El atardecer fue increíble, hicimos unos mates y nos quedamos los tres un buen rato contemplando el paisaje y disfrutando de una paz difícil de imaginar hace un par de días atrás cuando estábamos en medio de la meseta tapados de tierra y viento. Finalmente terminamos cenando juntos y organizando ir a pasear al día siguiente con su camioneta para conocer la zona. Mario decidió no pescar y pasar el día entero paseando con nosotros, agradecemos mucho su decisión porque lo pasamos muy bien y conocimos lugares hermosos que hubiese sido imposible llegar sin camioneta.





Al atardecer llegamos nuevamente a Caracoles, la idea era dormir en lo de Marcelo, que ya nos había invitado a pasar por su casa, y averiguar como seguía el tiempo en los próximos días. Pero el destino nos sorprendió nuevamente. Sin saber bien porque, la llamé a mi hermana Romina desde el único teléfono público que tiene el pueblo (dicho sea de paso les informo que el servicio de cobro revertido sigue funcionando marcando el 19 desde cualquier público, de otro modo hubiese sido imposible contactarla porque sólo acepta monedas y no contábamos con ninguna). Grande fue la sorpresa cuando nos dijo que en ese preciso momento estaba saliendo con la camioneta desde Río Gallegos rumbo a El Bolsón dónde estaban mis sobrinos con sus abuelos. En pocas palabras eso significaba que estarían pasando por Bajo Caracoles en unas 8 horas, dónde nos podrían levantar y llevar hasta Perito Moreno porque les quedaba perfectamente de paso!!! Gran interrogante el que se nos planteaba...pero fue increíble que en ese mismo momento estacionó una camioneta y un chico comenzó a descargar su bicicleta y alforjas de la caja. Ezequiel, estaba viajando en bici desde Bariloche hasta Ushuaia y tan fuerte fue el viento que tuvo que padecer entre Perito y Caracoles que apenas tuvo la oportunidad no dudó en subirse a una camioneta. Esta imagen nos motivó a llamar nuevamente a Romina y decirle que la esperábamos entre las 9 y las 12 de la noche en el bar de Bajo Caracoles. En las horas siguientes también conocimos a un muchacho de Nueva Zelanda que venía bajando en moto desde Bariloche y un chico de Piedra buena que estaba subiendo por la Ruta 40 también motorizado, a ellos se sumaron Ezequiel el ciclista, Marcelo el policía y una par de personajes más del pueblo, nos quedamos tomando una buenas birras que las disfrutamos con un sabor especial, claro...estabámos cerrando nuestro ciclo en Santa Cruz, lo cual no era un motivo menor como para brindar y festejar.

Tal como habíamos calculado cerca de medianoche llegaron Romina, el Colo y Felipe (mi queridísimo sobrino y ahijado). Nos encontraron sentados en una mesa rodeados de gente, con una cerveza en la mano y con un mapa en el centro planificando nuestros próximos días de pedaleo. Con esa imagen cerramos éste capítulo del viaje, dónde vivimos momentos sin duda muy intensos que nos dieron mucho para contar y aprender.



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