CAPITULO II



LA COMARCA ANDINA DEL PARALELO 42º Y ALREDEDORES...


DE VUELTA EN FAMILIA...

No teníamos pensado que iba a ser tan pronto.Pero tampoco pudimos rechazar la oferta de acercarnos hasta El Bolsón en camioneta. Los días en Santa Cruz nos habían agotado las fuerzas. Así que así fue como, en unas pocas horas, dejamos atrás las localidades de Perito Moreno, Río Mayo y unos cuantos kilómetros más de pura meseta ventosa. 

Rápidamente el clima y el paisaje se fueron transformando para volverse todo cada vez más verde con calorcito de verano. Los cerros enormes nos daban la bienvenida a la Comarca Andina del Paralelo 42º. 

Esa mañana todavía nadie estaba al tanto de nuestro cambio de planes, así que aprovechamos para darles la sorpresa a los papás de Andrés, que se estaban hospedando en una cabaña con los dos sobrinitos, Juan Cruz y Anita. 

Tendríamos que haber grabado las caritas de todos cuando nos vieron aparecer con las bicicletas preguntando si podíamos armar la carpa al lado de la cabaña. Fue un reencuentro más que emotivo, y no había pasado ni un mes desde que nos despedimos en El Chaltén el 4 de Enero. Pero para nosotros habían sido días tan intensos que hicieron que la sensación del paso del tiempo se volviera relativa. No me puedo imaginar la explosión de emociones que vamos a sentir todos cuando volvamos a ver a Banana (mi hermano) después de años de estar de viaje en bici por el mundo... 



Fue todo un poco raro pero muy lindo. De golpe volvimos a estar sentados en una mesa familiar comiendo un asado, durmiendo en cama, jugando en la pileta. Nuestras mentes se habían preparado para pasar muchos meses privados de esos placeres. Era como si nos hubiésemos despertado de un sueño en el que nos íbamos de viaje en bici y ahora estábamos de nuevo en la vida normal, en unas vacaciones en familia. Fueron solo dos días, pero realmente disfrutamos mucho del calor familiar que ya habíamos empezado a extrañar, porque parecía que el viento santacruceño en un par de semanas se lo había llevado. Claro que nuevamente llegó la parte difícil de las despedidas. Tratamos de que fuera rápido y un HASTA PRONTO, y nos quedamos de nuevo solitos en El Bolsón. 

Tuvimos un buen rato de indecisión por no saber como seguía el viaje. Nos íbamos?, nos quedábamos? norte? sur? Por suerte en ese ratito me pude comunicar con mi papá que nos dijo que nos esperaba en Trevelin en unos días, así que esa llamada nos marcó nuestro próximo destino. 

Trevelin es un pueblito chiquito y muy pintoresco que queda en la provincia de Chubut, muy cerca de la cordillera y a unos 25 Km de Esquel. Para llegar hasta allá, teníamos que pedalear por la ruta 40 una buena parte del trayecto que habíamos hecho en camioneta porque volvíamos casi 200 Km para el sur. Pero esa había sido la promesa cuando aceptamos que nos arrimaran en auto... volver para abajo. 

La lluvia nos retuvo unos días en el Bolsón, pero siempre que llovió... paró.Así que apenas se secaron un poco las cosas, cargamos las bicicletas y salimos a la ruta. 

Tuvimos cuatro días de pedaleo espectaculares. El sol nos acompañó todo el camino, y el viento se tomó unos días de descanso. La primer noche nos recibió en su casita en Epuyén, mi amiga de la infancia, Agus Nieto y su novio. Entre varias pavas de mate, tuvimos una larga charla de como viven ellos la vida en la comarca. Nos despedimos sabiendo que pronto nos volveríamos a ver, porque la comarca no nos iba a dejar salir tan rápidamente. 




 El resto del viaje lo hicimos acompañados de una parejita de Australianos que encontramos viajando en bici igual que nosotros. No puedo dejar de contarles que haber conocido a estos chicos nos marcó un antes y un después en nuestro viaje. Paul y Lissete hacía ya 9 meses que estaban recorriendo Latinoamérica y estaban llegando al final de su viaje en unas semanas más. Su experiencia en la ruta se hacía evidente en la tranquilidad que llevaban y en su alegría permanente. Parecía que no le temían a nada y que las cosas que a nosotros todavía nos estresaban un poco, a ellos no les generaba la más mínima preocupación, y hasta creo que les causábamos un poco de gracia. Claro, nosotros recién arrancábamos y eso también era evidente.




Lo que más nos dejaron y todavía tratamos de imitar, es su ingenio para la cocina. En sus alforjas llevaban verduras, todo tipo de condimentos, maíz, y muchos otros ingredientes para inspirarse en cada comida. Realmente fue una bisagra en nuestra alimentación. Cómo no nos dimos cuenta antes?! y que papelón como nutricionista y aficionada a la cocina! Desde que arrancamos el viaje que nuestra dieta era a base de arroces y fideos con salsas deshidratadas, que al final del día todos tenian el mismo sabor y como alimento son una porquería llena de saborizantes y cosas artificiales, y además de todo eso, son extremadamente caros. Por suerte nos abrieron los ojos en este sentido, y hoy, la hora de la comida pasó a ser nuestro momento de creatividad y disfrute después de un día duro de pedaleo. Ya tenemos varios platos que se hicieron clásicos, como el guiso de lentejas, hamburguesas caseras, arroz con verduras, arroz con leche, pochoclos, chapatis (son como pancitos caseros) y hasta mermelada casera. 

La última noche con los chicos la pasamos en Esquel, en un "lotecito" de unas cuantas hectáreas con vista a todo el pueblo, que una señora en bicicleta muy amablemente nos ofreció para que podamos tirar las carpas. Desde ahí arriba festejamos el día de la fundación de Australia, tomando un vino con guiso de lentejas y mirando las lucecitas de toda la ciudad. 

Al día siguiente llegamos a Trevelin bastante temprano. Nos despedimos de los chicos que seguían para Chile y nos pusimos a buscar la casa de mi papá, que no la conocía porque estaban recién mudados. Después de un rato reconocimos la casa por una lechuza de madera grande que hay en el jardín...

Los días en Trevelin fueron de mucha relajación y descanso, charlar mucho y comer más, y recibir mimos de familia. Aprovechamos la vista hermosa de las ventanas para inspirarnos en la escritura y así pudimos arrancar con el blog... Casi que no quisimos salir de la casa... Estábamos muy bien adentro después de pasar tantos días a la intemperie.



Después de una semana de empacharnos de vida hogareña pudimos arrancar de nuevo la pedaleada. Nuestro próximo destino era otra vez la zona de la Comarca, porque nos esperaban en una huerta orgánica que habíamos contactado. La idea inicial era hacer el camino por adentro del Parque Nacional los Alerces para no repetir la ruta que habíamos hecho a la ida. Pero lamentablemente este año hubo una alerta grande por el tema del Hanta Virus, por lo que no estaba permitido acampar en el parque y para nosotros era imposible recorrerlo de punta a punta en un solo día. Así que tuvimos que encarar nuevamente para la ruta 40 sin muchas opciones. 



Como de costumbre, la salida que esperábamos que fuera temprano, se extendió hasta las 5 de la tarde, así que ese día terminamos haciendo noche en Esquel en la casa de mi queridísima amiga Alita, que no estaba en Esquel, pero su mamá Gisela nos recibió con unas empanadas y un vinito, mientras hablamos durante toda la cena con ella por Skype como si estuviera sentada en la mesa.

El viaje de vuelta a la Comarca duró unos tres días. La ruta era la misma, pero el clima nos trató muy diferente. Por si nos habíamos olvidado de él, nuestro amigo el viento nos volvió a regalar una jornada completa tirados al costado de la ruta, hasta que una camioneta nos arrimó unos 30 km hasta la zona donde termina la meseta y la ruta se mete en la precordillera, mejorando drásticamente las condiciones climáticas. 

Antes de ir a la huerta, fuimos unos días a conocer Lago Puelo. Nos impresionó la belleza del paisaje,especialmente por el color verde esmeralda del lago que parece que hipnotiza y por la prolijidad del pueblo. Definitivamente nos quedamos con ganas de volver a ese lugar. 






EL PALACIO DE ROGELIO

No me es fácil describir en pocas palabras la cantidad de sensaciones vividas en las casi dos semanas que pasamos en la casa de Rogelio.

Empecemos por el comienzo, a Rogelio lo contactamos mediante Wwoofing, una red de trabajo voluntario a nivel mundial que consiste en ofrecer colaboración de cualquier tipo en algún proyecto familiar o vecinal, a cambio de alojamiento y comida. A lo largo de toda la Comarca Andina (Epuyén, El Hoyo, Lago Puelo, El Bolsón, Mallín Ahogado, etc.) es enorme la lista de chacras y huertas orgánicas dispuestas a recibir gente para colaborar en sus proyectos (algunos lugares hasta reciben gente con sus hijos). Por esto decimos que haber caído en la casa de Rogelio fue obra pura del destino, las opciones eran múltiples y la elección fue casi a ciegas. Será porque la vida nos tenía que cruzar, o por simple casualidad, pero lo cierto es que aquella calurosa tarde del 10 de Febrero entramos en la chacra de Rogelio, donde conocimos un lugar a 6 km de El Bolsón que seguramente nunca vamos a olvidar.

Después de hacer varios kilómetros con la bici en subida y bajo un sol agobiante, encontramos la chacra. Ubicada en una calle llamada “Calle del viento”, lo cual nos dio un poco de desconfianza, a esa altura empezábamos a pensar que el viento era una especie de karma que nos iba a perseguir siempre. Tal como nos habían indicado, el lugar lo identificamos por un árbol seco, junto al cual hay una tranquera donde cuelga un cartel de madera que dice: “Guitarras”. Entramos, seguimos por largo camino que continuaba subiendo y al final de la cuesta pudimos ver a Rogelio, un hombre de entre 50 y 60 años, flaco, alto y pelo blanco. Junto a él su compañera Ana, ambos sentados a la sombra de un gran árbol tomando unos espumosos mates recién hechos que no tardamos en probar.

Los mates y la charla habrán durado una hora, tiempo suficiente para resumir nuestras historias y comprender el estilo de vida de Rogelio. Él es lutier, hace principalmente guitarras, casi nada conozco de este particular arte pero después de pasar unos días allí, no me caben dudas de la dedicación, trabajo y amor que aplica en cada detalle, obteniendo un producto que al menos a la vista es impecable. Después de los mates nos llevaron a conocer la chacra. Cada rincón era digno de ser fotografiado. Un sendero recorría las ocho hectáreas de terreno, en el cual nos mostraron los árboles de damasco, peras, ciruelas, manzanas, guindas y nueces, a lo que se sumaba un invernadero con tomates, acelga, repollos, zapallos, lechugas, uvas y un gran etcétera. Nuestra felicidad al ver todas esas frutas y verduras fue enorme, pudimos comprobar en primera persona que todavía crecen de plantas y no de góndolas de supermercado!!! Después nos mostraron la casa, que para describirla sería bueno poner una webcam y que hable por sí sola, porque de a momentos parecía tener vida propia. Es un caserón de 1906, entre sus muros esconde más de 100 años de historias, y dependiendo de los anteojos que utilicemos para observarla hasta podría ser un poco tenebrosa. Pero lo cierto es que pegaba muy bien con el entorno, y guste o no, le da el broche de oro a la pintoresca postal.




Durante la cena de esa primer noche, dejamos en claro entre los tres las reglas de juego de los próximos días de convivencia. No habría horarios definidos, después de desayunar Rogelio estudia un rato de guitarra y después comenzaríamos con las tareas. Ceci sería la encargada de la huerta y yo ayudaría a Rogelio a construir un quincho-taller. Aclaramos que ninguno de los dos tenía idea acerca de las tareas asignadas, a lo que nos respondió: “no se preocupen, van a aprender”. La comida iba a correr por cuenta de Rogelio, y el que se sintiera inspirado iba a cocinar para todos.

Y así fue, al día siguiente comenzamos. Ceci tenía la difícil tarea de desmalezar todo el invernadero y yo tuve mi primera clase de construcción. Pensé mucho durante esos días, y no me dejaba de sorprender lo versátiles que podemos llegar a ser las personas. Unos días atrás estaba trabajando en la oficina de una gran corporación a cambio de un sueldo, y ahora me encontraba ofreciendo mi fuerza de trabajo a alguien que ni conocía simplemente por comida y alojamiento, todo me resultaba muy extraño. Con el pasar de los días me di cuenta que mi paga iba mucho más allá que un sueldo, o un plato de comida y alojamiento. Cada hora que pasaba en ese lugar estaba incorporando conocimientos y experiencias completamente nuevas. Hasta llegué a pensar que podríamos estar estafando al pobre Rogelio! Todos los días eran tareas distintas, cansadoras sí, pero  muy placenteras. Corté troncos con motosierras, rellenamos zanjones con piedras, hicimos comidas con las verduras de la huerta, logramos nivelar el terreno del suelo del quincho, le enseñamos a Tango (el particular caballo de Rogelio) a mover los troncos que luego colocamos como estructura del quincho. También pude presenciar como Ceci sin ser consciente le dio su magia a la huerta, que al llegar era un gran descontrol de yuyos y verduras, y al momento de partir quedó un prolijo y prolífero terreno fértil con verduras listas para cosechar y grandes espacios de tierra para plantar. La ayude a cosechar baldes enteros de los damascos más ricos que probé, las ciruelas más dulces y las frambuesas más tiernas, con lo que se cansó de hacer tartas caseras y mermeladas.





Todo esto fue disfrutando de un clima ideal, con un paisaje único, tomando obligadas siestas debajo de la sombra de algún tilo o en nuestra habitación cuando el cansancio lo ameritaba. En los descansos que  tomábamos con Rogelio las charlas llegaron a ser bastante profundas. Resultó ser un tipo muy culto, que escondía todo su conocimiento detrás de una gran coraza de humildad y sencillez. Nunca lo escuché hablar demás, siempre las palabras justas. Fue mucho lo que me enseñó y me hizo reflexionar en tan pocos días. Una tarde me contó que cuando tenía 9 años su mamá murió y su padre debió hacerse cargo de él y sus 13 hermanos. Vivían todos en una villa muy pobre en la provincia de La Pampa, él tuvo que empezar a trabajar y nunca pudo terminar el 3er grado. Cuando me hizo semejante confesión se me hizo un nudo en la garganta, no se bien cuál fue el sentimiento que me movilizó pero tuve que ocultar mis ganas de llorar. No lo podía creer, pensar que leer había sido su principal arma para desarrollarse, aprender todo lo que sabe y adquirir los fuertes valores éticos que lo caracterizan hoy como la excelente persona que nos demostró ser.

Y así pasaron los días, entre charlas, trabajo, comida, mates, unos cuantos vinos y excelentes guitarreadas entre Rogelio y sus amigos. Nos fuimos con muchas cosas de ese lugar y creo que nosotros también dejamos lo nuestro. También me fui pensando que no se si yo mismo algún día me construiré mi propia casa, pero al menos ahora se que si quiero es posible hacerlo, y sería fantástico.


La despedida fue fuerte y afectuosa, nos costó dejar ese fantástico lugar pero sabemos que vamos a volver y seguramente comeremos un excelente asado en el quincho que para ese entonces ya va a estar terminado.


TODO CONCLUYE AL FIN... 

Ya nos habían advertido que dejar la comarca iba a ser difícil, pero nunca pensamos que nos iba a retener un mes y medio.

Después de los días en lo de Rogelio,  tuvimos una seguidilla de encuentros con amigos de la infancia que andaban vacacionando por la zona o se habían radicado en Lago Puelo, y así fue como inevitablemente se nos extendió la estadía en la comarca… Fue increíble que en unas pocas horas estábamos  reunidos con personas que no veía hacía añares. Manolo; la Tula; Marco Gatti; el Mago, Gloria y Simo; la enana Viti y Lucas; la enana Agus y nosotros… tremenda banda se juntó en un ratito! Así que aprovechamos para pasear con ellos y disfrutar del veranito que seguía firme.




Volvimos a Epuyén a festejar los 30 años de la enana Viti; hicimos una caminata muy recomendable hacia el límite con Chile saliendo de Lago Puelo y acampamos en un lugar super tranquilo donde sólo se llega caminando o en lancha.  Nos cansamos de comer moras de los arbustos del camino que ya estaban bien dulces, listas para que las disfrutemos y sigamos con nuestra aventura.

Aunque nos quedaron miles de caminatas y lugares por recorrer, era hora de seguir viaje. En esa zona el frío avanza mucho más rápido que nosotros en bicicleta, así que había que salir de ahí antes de que nos agarren las primeras heladas.  Un resfrío de esos que te quitan toda la energía de tanto estornudar nos retuvo unos días más. Gracias a Marco que nos abrió las puertas de su casa y su gata Cristina que tiene poderes curativos,  me recuperé sin tomar más que té de rosa mosqueta y durmiendo mucho.






Finalmente juntamos nuestras cositas, y con un poco de nostalgia nos alejamos de la Comarca y nos acercamos a Bariloche donde arrancaría otra etapa de nuestro viaje. 




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